1. Introducción
Desde tiempos antiguos, la interacción entre la
arquitectura y el paisaje ha desempeñado un
papel crucial en la configuración del espacio
público, al influir tanto en su funcionalidad como
en su estética. Como señala Alexander et al. [1]
los patrones arquitectónicos exitosos a menudo
surgen de la interacción armoniosa entre el
entorno natural y construido.
Desde los teatros griegos, donde las gradas se
integraban en las laderas de las colinas para
aprovechar las vistas y la acústica, hasta las
plazas contemporáneas que buscan fusionarse
con el entorno natural, la topografía ha sido un
elemento determinante en el diseño urbano. En
este contexto, los asientos urbanos ligados a la
topografía, como escalinatas, rampas y gradas,
representan una estrategia proyectual que
responde a necesidades funcionales, estéticas y
sociales. Estas estrategias comprenden
mecanismos, procedimientos y recursos formales
que configuran lo construido, lo que permite que
los espacios públicos no solo se adapten al
terreno, sino que también fomenten nuevas
dinámicas de interacción en la ciudad [2].
El diseño de estos elementos no solo obedece a
la adaptación al terreno, sino que también
propicia nuevas dinámicas de interacción en la
ciudad. La combinación de infraestructura y
mobiliario urbano en espacios con desniveles
permite que las personas se apropien del lugar de
manera espontánea, al estar en contacto con
espacios versátiles y multifuncionales [3].
Este artículo examina la importancia de estos
asientos urbanos y analiza casos tanto históricos
como contemporáneos con un enfoque en su
impacto social, funcional y ambiental. Además,
se hace una revisión detallada de su diseño y
materialidad, al explorar cómo estos elementos
contribuyen a la creación de ciudades más
habitables y sostenibles.
Si bien es cierto que en las intervenciones
antiguas en los espacios públicos el tema de la
sustentabilidad no tenía la fuerza y demanda
actual, hoy en día es un tema recurrente y de
obligada atención. En ese sentido, por ejemplo,
en el caso de Vitruvio, solo se abogaba por una
cuestión funcional o racional de desplantarse
sobre una colina, quizá para prever cuestiones
técnicas o económicas de aprovechar las
condiciones del lugar [4]. Andres Duany y Jeff
Speck por su parte, ponen de manifiesto en su
Smart Growth Manual [5], la necesidad de
realizar intervenciones llamadas sostenibles o
“verdes” con la intención de reducir los cortes y
rellenos en las intervenciones arquitectónicas
para integrarse más al terreno.
"El diseño del sitio deberá intentar minimizar y
equilibrar los cortes y rellenos, para reducir la
perturbación total del terreno y minimizar la
importación o exportación de tierra" [6].
Este enfoque busca reducir la alteración del
terreno natural, así como promover la
sostenibilidad y la eficiencia en los proyectos
urbanos [7]. Cada vez más, vemos que parques y
plazas son reflejo de una implantación rigurosa
que toman en cuenta las características antes
mencionadas como estrategia proyectual. No es
casualidad que el mobiliario urbano se integre
armoniosamente con lo construido, o que las
decisiones proyectuales estén pensadas para
generar cohesión social.
El espacio público es apropiado por la gente en
la medida que responda a necesidades concretas:
lúdicas, funcionales, sociales, etc [8]. Escaleras
que sirven para sentarse, bancas que funcionan
como barreras o barandales, y pisos en desnivel
que invitan al descanso, generan dinámicas
diferentes en el uso del espacio y conllevan una
doble o triple función. Esta multifuncionalidad
de un mobiliario o espacio público es un
principio clave del diseño urbano sostenible [9].
Al crear espacios y mobiliario que sirven para