1. Introducción
Los metales pesados (M
n+
) son
componentes de la corteza terrestre. Por
definición, son aquellos elementos
químicos que superan por lo menos cinco
veces la densidad del agua. Algunos de
estos elementos son: cobre (Cu), estaño
(Sn), hierro (Fe), cadmio (Cd), mercurio
(Hg), plomo (Pb), arsénico (As) y cromo
(Cr), entre otros. Los cuales no pueden ser
degradados o destruidos. En general, se les
considera perjudiciales, ya que alteran la
salud humana, excepto aquellos elementos
esenciales en nuestra dieta, realizando una
función fisiológica [1]. El desarrollo
industrial y tecnológico, el consumo
masivo y la generación de residuos
urbanos han provocado la presencia de
M
n+
en el ambiente. Estos suelen
incorporarse al cuerpo humano vía
alimentos, agua y aire.
Uno de los M
n+
más utilizados en la
industria es el mercurio. El cual es un
metal con propiedades interesantes, con
baja conductividad térmica y
conductividad eléctrica aceptable. Por
estas características, ha sido utilizado en
lámparas e instrumentos de medición, en la
fabricación industrial de productos
químicos, catalizadores, fungicidas,
herbicidas, pigmentos e incluso drogas [2].
El inconveniente principal del Hg es su
toxicidad alta, donde una dosis baja se
acumula en órganos como, p. ej., el
hígado, el cerebro y el tejido óseo,
causando enfermedades como
insuficiencia renal, trastornos del sistema
nervioso, deterioro intelectual, e incluso la
muerte. La Secretaría del Medio Ambiente
y Recursos Naturales (SEMARNAT),
establece en la NOM- 127-SSA1-1994 los
límites máximos permisibles (LMP) de Hg
(2 μg/L) en el agua para consumo humano
[3]. Es por esto, la necesidad de contar con
dispositivos capaces de detectar
concentraciones trazas que sirvan en el
monitoreo de agua potable y residual.
En la actualidad existen varios métodos
analíticos para la determinación de este
contaminante como: espectroscopía de
adsorción atómica, espectrometría de
masas plasmáticas de acoplamiento
inductivo, entre otras, pero son técnicas
muy costosas y poco sensibles. Una
alternativa es implementar sensores
electroquímicos, que ofrecen muchas
ventajas como: alta sensibilidad, buena
selectividad, medición rápida y simple,
además de ser rentable por su bajo costo de
producción [4]. Los sensores
electroquímicos están compuestos por un
sistema de reconocimiento que interactúa
con el analito de interés, al interactuar se
genera un cambio, este cambio lo
transforma el traductor a una señal
eléctrica medible [5]. La composición de
un sensor puede ser variable dependiendo
del analito a medir, uno de los materiales
con propiedades atractivas para utilizarse
son los óxidos semiconductores como el
óxido de titanio (TiO
2
).
El TiO
2
debido a su excelente estabilidad
química y fotoquímica es un candidato
idóneo para utilizarse en distintas áreas,
además no es toxico, de bajo costo y fácil
de sintetizar [6]. Sin embargo, aún no se ha
explorado a detalle el potencial uso como
sensor. La exposición de planos cristalinos
de ciertas morfologías podría incrementar
su selectividad y sensibilidad dotándole de
un rol principal en la determinación de
compuestos.